viernes, 20 de agosto de 2010

Cuando sea grande...

[Rabietas 2009]


El fondo no existe.  no hay recuerdos de fondo

Esos de los que se agarran y no se sueltan para nunca más ser. Como el sexo, no ser, no recordarse, disfrutarse otro.

El fondo se desaparece en un pozo inundado de suspiros que perdieron la juventud en los pulmones.

En el fondo el fondo no importa, su ausencia menos, el fondo aparece y desaparece al imaginarlo en un pozo donde la imposibilidad de discernir entre el sueño y el pensamiento amansan los fondos y los deseos. Todo existe según salga, del sueño, del recuerdo. Existe e importa poco menos que ahora

Horrible invención apocalíptica a la que he de renunciar.

Un recuerdo, ácido, de que no existe esto… ni la tal renuncia, es un suspiro. Un suspiro ahora. Hambre o sueño o sexo. Un suspiro recuerdo de un recuerdo que recuerda que los recuerdos no existen porque ahora es ahora. Aunque no tanto así, ahora no es sólo ahora… ahora es una idea que fue, será, como las ideas, se transformará pero no desaparecerá. Ahora es una desazón semántica del recuerdo de la soledad compartida y tenida como tragedia. Ahora, es sólo para grandes, para los que crecieron,  querían ser algo y ahora... A mí no me va a pasar eso, yo no voy a ser nada otra vez.

viernes, 6 de agosto de 2010

Las ventanitas

Sonrío como si lo hiciera por primera vez, ambos nos comportamos como si todo fuera desconocido, como si comenzáramos a andar por lugares nunca antes visitados a pesar de que trabajamos hace varios años en el ferrocarril, claro, él recibe las monedas y yo vigilo las entradas. Como sea, es relativamente nueva la experiencia compartida del ferrocarril, las personas de las monedas no se andan con los vigilantes,  ríen con sorna tras sus cubículos cuando alguien se cola sin que lo sepamos y, en el fondo, los vigilantes disfrutamos cuando pasajeros conteniendo ira  les agreden por su lentitud. Suspiramos sentados en un vagón estacionado y oscuro de la estación, es un suceso más bien extraordinario que los dos hayamos decidido sentarnos un rato a pasar el tiempo, la estación estaba cerrada por algunas fallas técnicas y nos quedamos mirándonos las caras sin tener nada que hacer, nos sentamos, algunas cosas conocidas, algunas no, miramos al suelo, al cielo, silencios y risas enmarcadas en las puertas del vagón, así como el paisaje y todo lo que está afuera porque, sin quererlo, entre los dos hay un afuera que no podemos ignorar ni describir, que se pierde algo borroso en la noche. Nos despedimos con ganas, un poco sin ganas, pero fundamentalmente huyendo de los dos, del afuera y del adentro.  Subo a uno de los trenes, los pasajeros observan sus reflejos en los vidrios del tren,  justo quedo de pie viendo a través de una minúscula ventanita abierta el paisaje borroso que por la velocidad se pierde hacia el lado derecho del marco. Verde oscuro azuloso difuminado.  Que pocas ganas de ver mi rostro, pienso mirando hacia afuera. Camino hacia la casa después de bajar de la estación, la noche no es normal, en el camino urbanizado y normalmente solitario se escuchan pasos como gotas de un aguacero de tantas personas que vienen del tren. Silencios y gotas, zapateos. La casa está caliente y, como siempre, aseada, limpia, casi nueva, para usar, sonrío, sin querer admitir que muero de ganas por observar en la ventana. Me doy tiempo como poniendo a prueba algún instinto infantil, enciendo luces, no quiero parecer muy evidente, dejo caer mi bolso, prendo la radio, lo que hago es disparar una serie de dispositivos para hacerme notar, para que en otro lugar se abra otra ventana que toque a la mía y podamos compartir algún afuera, no tan cerca, no desde el mismo marco, pero con las mismas situaciones, dos vecinos, dos ventanas, una noche. 

jueves, 3 de junio de 2010

Penpélope en la Guerra (The Waiting)

A regañadientes escribo pasos, describo pasos, invento pasos, porque en el fondo, ni los pasos, ni los viajes ni las guerras a pesar ellos.

El abandono

Una mujer inventada sentada en un puente. Una mujer inexistente, gris, sentada en un puente. Susurros inventados e ininteligibles, gestos vaciados, inventados. Muchos, millones de niños que duermen en su regazo. Qué forma de inventar, pienso.
"No es esa mujer inventada la que estoy buscando" le digo al infante que me acompaña mientras la observo. Él me da un golpecito en la espalda, dice que esa es la invención necesaria. Avanzo dos o tres pasos, lo miro, me anima. Observo de nuevo a la mujer inventada, suspiro reuniendo valor, me acerco. Sonrío, ella sonríe, es la primera mujer inventada del día con quién habla. Le pregunto "¿hace cuanto?" ella inventa “hace no tanto”. Me pregunta "¿cuánto hace?" invento, “no hago tanto”.
Los niños inventados, los suyos y los míos, se lanzan sonrisas y miradas inventadas. Llueve, miro el reloj y le digo que no quiero dejarla, cómo podría seguirla viendo? Cómo la encuentro? Ella sonríe, "qué forma de inventar", dice, y busca un papel, pide mi número y promete que me llamará. Sonreímos nuestros desconocimientos e invenciones
Me voy sonriente acariciando mi nueva invención, pronto me llamará, pronto.