sábado, 3 de diciembre de 2011

El rapto de la consciencia. Tardes de Boyacá


Todo es un poco húmedo y gris a las cinco de la tarde en esta montaña de los Andes. Antes de que el sol desaparezca por completo se colan los últimos rayos, dan la ilusión de ser dos lunas que se reflejan en los pozos de un agua azul como el amor y la muerte. Aunque esta última puede ser naranja y amarilla por frenética. Yo respiro azul o gris, el aire enrarecido que viaja frío desde los pozos hasta mi pecho, se cola en tus orejas, lo atrapas cuando inhalas y me lo devuelves, entonces siento ganas de morir. Tenemos los ojos amarillos de tantos dioses y loros gente, ranas gente, murciélagos gente, hasta los escorpiones se levantaron y se fueron cogidos de la mano. Ya no me reconoces, no sabes si soy gente. Podría ser una bruja de esas que se esconden en las cuchillas de las montañas en estas humedades esperando que caiga el sol. La tierra suda y a mí me dan ganas de vestirme de pez y hundirme en los pozos azules para siempre. Contemplamos el fallecimiento del sol, la noche nos devuelve los colores y las realidades resignadas. Nos reconocemos. Al frente tenemos tres pozos construidos durante la Colonia, varias montañas y algunas ranas que no vemos pero que croan en los espacios negros de los pastizales. Nos esperan en el jeep, la noche se hace tiempo y nosotros nos volvemos gente.