viernes, 11 de noviembre de 2011

A propósito de los golpes a Margarita.

Escucho con atención muchos de los comentarios que, a veces, alguno de los hombres hace con descuido y sorna, como cualquier confidencia de lo insignificante. En esos momentos me diluyo, dejo de ser, yo, la mujer, la antropóloga. Me convierto en la grabadora de voz, no acierto si quiera con los gestos básicos de empatía o rechazo, soy una autómata.
Los comentarios sobre sus mujeres, sobre la educación, los golpes y los chismes. Sus mujeres, cacatúas dibujadas y castigadas inundan los paisajes de las habitaciones donde sucede lo nuestro, las preguntas y descripciones. Yo registro. No hay indignación, molestia, furia, no hay nada. Mucho después comienza, cuando escribo este texto. Mi rostro se congestiona de una molestia ausente, un testimonio de alguien que no estuvo allí, la queja sorda de una mujer diluida.