lunes, 27 de octubre de 2008

La gente rana.

Hay gritos que se ahogan detrás de las montañas. Hay gritos que se saben inaudibles y se callan.
Hay carnes que se caen como trozos y hay gente que se calla por el arma. Y hay gente que se calla por el alma, y hay sangre que se riega como lagrimas, y hay vidas que se queman como lana, que se borran como tiza, que se usan como ranas.
Y es que a pesar del arma, porque el miedo es un arma, hay gritos que se esconden detrás de las montañas y se callan al saberse inaudibles.
Y hay ranas que croan detrás de las montañas y así el miedo sea un arma y la gente vuele como águila, habrán ranas croando en las faldas de las montañas.
Y yo no sé por qué las ranas son ranas.

No, no.

Hay gente que pierde el nombre detrás de las montañas. Hay gente como cualquiera que siendo gente se vuelve rana. Hay gente que guarda gente y la convierte en rana. Hay ranas que no gritan porque se saben ranas. Y eso tan doloroso. Que yo no sé si volar como un aguila, porque igual la gente rana estará detrás de la montaña.

viernes, 24 de octubre de 2008

Horas

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, salto, ojos pelotas, ancianos que me observan de madrugada como a una plantita que hay que enderezar de vez en cuando. ¿Cómo va todo? todo va muy bien, muy bien, saltando, jugando, como si las palabras fueran dulces que se comen de uno en uno, sol, bus, ocho, nueve, diez, saltito, mil doscientos, ballenas, ensueños, calles, pablo sexto, ascensor, nada de nada, ballenas tristes y timbre. Llegué. Llegaste? Si, llegué. Sonreímos.
Once, once y quince, once y veinte, once y media, dos mil cuatrocientos, qué calor, bus, calle, timbre, carreritas, mascaras, pinturas, mira que sombrerito tan lindo Lerner, ¿por qué Lerner? Porque Lerner es el gato ese que hiciste en cerámica que no es Pink, y hoy estás muy Lerner. Vamos, ve, pregunta, pasa, corre, por qué no dijiste, por qué hiciste, sonrisas, caminos, pelucas, esa rosada, la de Cruela, yo soy Cruela y tu un dálmata, ¿y la pera? No, yo no soy pera, yo soy manzana.
Doce, una, dos, dos y media, platanitos, qué calor, arbolitos de navidad, Lerner y sus dedos y Lerner piensa que la navidad siempre es algo que se adelanta al día de brujas, semáforos, pasa la calle Lerner, supermercado. ¿Dónde están las cosas de fiestas? Allá, en los árboles de navidad, que tragedia. Nooo, mira Lerner, allá hay disfr-
perdón señora, ¿la empuje? Eva que mira mis ojos torpes que miran que la señora que empujaron a las dos y media, y media y quince segundos, antes de los arbolitos, justo en los disfraces, no es una mujer sino Eva. ¡Hola Eva!, le digo. Estoy brava, dice haciéndome tropezar y perdiéndose en anaqueles, deshaciéndose en mis cansancios de dos y media y saliendo y dando la espalda a mi espalda que deshecha se pierde en anaqueles en filas que dejan entrever a los ojitos de Lerner que buscan a Cruela y su espalda deshaciéndose.

Tres, tres y quince, estoy de mal genio, Lerner en silencio, es que se fue, Eva se fue como si, como si, Lerner que se calla, y hace esas cosas que hace cuando calla, Lerner que no escucha, tres y veinte, pero no entiende, es que Eva se fue como si nunca la hubieran echado del paraíso, que problema siempre con eso y el paraíso, tres y cuarenta, pasa la calle, allá hay una tienda de disfraces, no, dice el tendero, tres cuadras abajo y dos al lado, no, dice el tendero de tres cuadras abajo y dos al lado, una cuadra arriba y media al lado, no, dice la niña con el turno en la mano de una cuadra arriba y media al lado, allá, detrás de la iglesia Lourdes, pero Lerner dice, no, no Cruela, vamos a ver un teatro viejo. Nos quedamos viendo el teatro que adornaban con telarañas, payasos carnavalescos y macabros y caminamos por un helado a la plaza de la iglesia, de chocolate y otro de galletas, y Lerner no aguanta el sol, comienza a derretirse con el helado, sacó entonces su bufanda y la hizo bailar en el aire y puffff las palomas se fueron volando como si supieran que los vientos de la bufanda de Lerner están muriendo de cosquillas.
Cuatro. Va a llover. Lerner me dice que intente mover a las palomas como un Poseidón jugando con aguas. Intento numero uno, palomas que no me respetan, no me temen, bato la bufanda pero cínicas siguen comiendo maíz. Dale otra vez, pero como Cruela, dice Lerner. puffff ¡ai!, ¿viste? ¿Viste? Se fueron todas, pero todas, si Risitos de oro, me dice Lerner, mira allá hay una tienda de pelucas, vamos antes de que un defensor de palomas nos arroje maíz. Cuando cuesta esta? Y esta? Y esta? 20, 30, 50 mil pesos. Y esos bigotes los hacen con qué? Con pelo de verdad. Cuatro y quince. Mmmm, Lerner se queda mirando al niño que le cortan el pelo, ¿ud vendió su pelo?, le pregunta, Si, responde, y miramos y tocamos los ramos de pelos destinados a bigotes y barbas falsas, ¿cuánto tiempo? Insiste Lerner consternado. Cuatro años responde el niño con los ojos raros, ensombrecidos, raquítico casi a punto de quebrarse recibe el dinero y nos mira como pensando que sus pelos van a ser nuestros bigotes el 31 de octubre, y que vergüenza Lerner, pobre. Si, pobre. Calles y a dónde vamos. Vamos al centro. Pero caminemos hacia el norte, mientras tanto. Pero sólo mientras tanto, cuando pase un bus vacío dos mil cuatrocientos y para el centro. Cuatro y media.

Estuve alguna vez en esa clínica. ¿Vamos? mmmm, no sé Lerner, no creo que nos dejen entrar, qué calor. Bueno, vamos. Pero pon cara de serio, bueno, vamos, con caras de palomas. Queremos una cita, esperen, esperen allá sentados con los ancianos palomos que leen revistas y se visten de gris y miran a los chicos, que joven me siento Lerner, ¿de qué año es esta casa? Tiene pinta de ser de los cincuenta, le pregunto por qué y me muestra las escaleras encaracoladas y un parque interior. Cuatro y cuarenta y ocho. La enfermera se demora, dicen las gafas asomándose. Bueno muchas gracias, pero no podemos esperar, dice Lerner sudando. Que casa tan fea, para morirse de depresión, si, rara y fea, y nos hizo pasar la calle, si, pero mira, ahí hay un parque, no veo, ven vamos, dice Lerner. Bueno vamos. Eso es una iglesia Lerner, río, río cansada, río ensoñada, pero Lerner, sin reír, hablando en serio, así ría, por aquí hay un río, y un parque ahora que recuerdo, Lerner me mira con cara de desconfiado, ¡si!, por ahí, ven, pero es una montaña, como en salida de campo, cuando uno ya está muerto de tanto caminar dicen aquí comenzamos a subir, Lerner abre los ojos, tremenda montaña, bueno subamos. Sentados, sudados, cansados, cinco de la tarde y la ciudad. Esas pequeñas personitas hechas de sombras grises que se mueven en edificios que se construyen de sombras, por sombras. Acabamos dos cigarrillos. Cinco y media, vamos, vamos Risitos. Me duelen las piernas Lerner, pasemos la calle, dice Lerner, ahí hay una galería que quiero mostrarte. Bueno, vamos. ¿Has visto un lugar en la séptima que se llama pussycat? Le pregunto, Si, claro, y eso ¿qué es Lerner?, tu que eres gato sabrás. Un rumbeadero y pues, porno, mucho porno, todo el mundo sabe, dice con cara de gato que se las sabe todas. ¿todo el mundo? Yo no sé, le digo. Lerner dice que el artista de la galería si sabe, pero él no es todo el mundo, además su obra parece un inventario de alguien de la ilustración, de alguien medio científico medio alquimista, alguien como Colón, medieval en plena ilustración. Río, río. Cinco y cuarenta y nueve, vamos. Bueno, aunque en serio parece un alquimista con dibujos de mutis, y si, vamos al Valdez.

Calle, seis y cinco, semáforos, corre Lerner, para Lerner, no quiero más Cruela, dice Lerner, quiero a Risitos, bueno Lerner, pero no seas tan Lerner, ¿qué quieres Risitos? Un jugo de mandarina, y un lápiz, y un cuaderno y que dibujes nuestros disfraces, ¿cómo así “que dibujes nuestros disfraces”? Bueno, entonces yo los dibujo, y Lerner murió de un ataque de risa. Luego le pegué una patadita y resucitó y compró un jugo de mandarina y un sándwich. ¿Una pera? Estás dibujando peras Lerner, yo no soy una pera, yo soy una manzana, por eso, dice Lerner, es el día de brujas, eres una manzana que se disfraza de pera, mmmm si Eva no se hubiera ido le dibujaríamos un disfraz de manzana. Lerner estas bostezando, también tu. Vamos, vamos, ¿vamos? Llegamos, ¿llegamos? ¿A dónde? Al transmilenio Pera, bueno, soy una Pera que se va a su casa. Siete y quince.

¿Pera? Pregunta el teléfono, si Lerner, digo, no he llegado todavía. No se te olvide contar las horas, dice. ¿Para qué? Le pregunto. ¿Viste el reloj en la galería? Si Lerner, ese que iba al revés. Bueno, justamente, me responde, de a ratos es mejor contar las horas por si toca contarlas al revés. No entiendo Lerner y estoy cansada. Descansa Pera, bueno. Ocho, nueve, diez...

lunes, 20 de octubre de 2008

El día veinticuatro

"otros vendrán, otras personas me superarán en la misma línea y me atrevo a adivinar que algún día el hombre será conocido como una multiplicidad de forasteros, independientes, incongruentes y polifacéticos."1

R. L. Stevenson.


Los caminos intestinos de la conciencia se dibujan en las noches húmedas del invierno sabanero. Certeza de que lo que viene nunca viene, porque lo que viene se espera y lo que se espera llega en la forma y en el momento menos esperados. Así nos adelantemos a su inevitable transformación, lo esperado nos sale de vuelta sorprendiendo las más intensas reflexiones sobre posibilidades inesperadas. Sobresaltos que por su puesto, sólo las explicaciones divinas pueden acallar.

Certezas que se abren paso por caminos intestinos y uterinos. La vida tambalea cuando mi útero lo hace. Revaluando el mundo cada veinticuatro días, un ciclo anormal y abundante que me deja en caminos corporales que reevaluan existencias impersonales.

Colombina inauguró el ciclo con un lloriqueo que cobijó las certezas. Cubiertas con sangre, la amalgama se derrama sobre la piel haciéndome temblar por el placer de lo desconocido. Un placer enfermo que se incrementa con la certeza de que todo cuanto hay es abordable y preguntable, es impredecible e inesperado. Es un placer que, como cualquiera de los días veinticuatro, me da la libertad de actuar en consecuencia de mis certezas. Es el placer sanguíneo que se derrama y confunde entre mis piernas y dedos con las humedades de la sabana en invierno.

1.
STEVENSON, R. L. Dr Jekyll y Mr. Hyde. Instituto Distrital de Cultura y Turismo -IDCT-. No. 27, Octubre. Bogotá. 2006. pág. 117

jueves, 9 de octubre de 2008

Literatura de burocracia

La estupidez de la pregunta la tenía al borde de explotar. Aurelia no explotaba en realidad, su forma de explotar era pronunciar algún tipo de palabras graves y sin sentido. Saldo, vicio, negligencia, demanda, sistema, Estado. La médica, que estaba hecha de acero, insistió, te sientes triste o feliz al despertarte. No me siento. Pequeñas carcajadas y miradas que cruzamos con ori. Las mañanas son conversaciones cortadas, imágenes y deseos, y manos que se alzan y piernas que se aprietan, son luces nocturnas y palabras que se olvidan, y manos que se mueven y se sienten y se saben y buscan de manera desesperada un reloj, una idea, que no sean las dos, que no sean las dos, y siempre son las dos.
Carajo, y qué se hace ahí. Bueno, aurelita se pone a pensar en sexo. Porque cuando hace eso el cuerpo se le olvida, o se le vuelve cuerpo, la cosa no se sabe muy bien, y a veces, cuando no se sabe muy bien, puede volver a dormir. Pero por lo general se queda como una lechuza iluminando la habitación.

Ori en cambio, después de una pequeña y fugaz sonrisa cómplice, cruzaba la pierna y, apoyada en el escritorio, dando golpecitos a sus cachetitos rosaditos, frunciendo el seño detrás de sus eternas gafas, que estaban enmarcadas por flequillos de cabellos rojizos que salían azarosos de su mal peinado, decía que la pregunta no estaba bien construida.
Uno se siente pesimista dependiendo de muchas cosas, el clima, por ejemplo, en bogotá, siempre es un factor vital. El cambio de clima cambia la visión del mundo. La médica igual de impenetrable. Y en bogotá eso quiere decir que uno en un día tiene muchas visiones sobre el mundo.
Mierda después de un charco.
Infiernos helados de madrugadas ensoñadas, porque en las madrugadas ni el más poderoso frío sabanero puede quitarnos los ensueños, salvo por los charcos.
Que cosa tan espantosa y sofocante, que rutina tan asfixiante la de las tardes soleadas con bebé llorando en un bus enfrascado en un trancón en la séptima.
El momento esquizofrénico sombra/luz: sol solecito de la súplica por entrar de nuevo al mundo de los buenos, de los cielos, cuando, en las sombras, el frío hiela./ Horripilante verano que quema cachetes y brazos y carajo el bloqueador, y que camino tan largo y sudores de piernas y dedos y esto tiene que deshidratar una sombrita por favor.
Y por supuesto, el mundo porquería de las granizadas y las inundaciones de las calles como ríos en subienda.

La señora observa su reloj cuando ve que nos asentamos en posiciones varias y nos quedamos cómodas en ellas. No entendía porqué estábamos ahí, sacó un papelito remitiéndonos a una asistente en moda bogotana, asesora en sombrillas, chalecos, camisas cortas y otros varios, junto a una serie de ejercicios nocturnos que de seguro nos dormirían hasta el medio día del día siguiente.

Hasta yo tuve ganas de insultarla y lanzarle el estetoscopio en la cara. Aurelia prosiguió con palabras graves,
mire señora, yo no soy una (palabra esdrújula) víctima, y
no por eso usted tiene que ignorar mi caso. Hágame el favor y me llama a una doctora de verdad antes de que acabe este hospital a demandas.
Salimos por la puerta de atrás, por supuesto, después de ensoñar un rato en la sala de espera.
Que porquería de sistema, refunfuñaba la vulgarcita. Es que se inventan individuos y los hacen enfermos y depresivos, pero no los curan, que cosa tan macabra, decía la despeinada. Acostadas, enrojecidas, frías por la hora, dos de la mañana, escuchamos a ori leer en voz alta la Balada del Pajarillo, por fin, después de tanto, pudimos descansar.


domingo, 5 de octubre de 2008

Scrabble (Serie letras 3)

Renunciar siempre es aceptar que algo era.
Que problema.
Aurelia sonríe burlona. Que problema, repito mientras se me pone la piel de gallina.


Está bien -digo -acepto que perdí, acepto mi derrota.


Sin perder la sonrisa saca los nombres que se robó la noche anterior. Los separa en letras que luego reparte para colombina, carito, caita y para ella. Me mira con un montón de letras en sus manos, pregunta
-Estás lista para jugar?


viernes, 3 de octubre de 2008

Los adictos. (Serie letras 2)

En las mañanas abren sus ojos como cerrándolos. Son anónimos por gusto, no porque carezcan de nombre. Pueden controlarse por largos periodos, años enteros. Es la ceguera diaria la que los corrompe. Caminan como siguiendo la partitura de una obra musical que les parece tan tediosa como cualquier canto gregoriano. Lo mismo sucede al hablar y al tocar. El vicio siempre les llega por otros y por letras. Pero no son las letras su objeto de placer. Los adictos de las vidas de otros abren sus ojos cuando sueñan y cuando irrumpen, siempre con la sensación de invadir sin ser visto, las bibliotecas de otros.


Colombina, LA.
Lectores Anónimos.